“La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es "poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres". En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre "desplegó el vigor de su fuerza" y manifestó "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes.”[1]

INTRODUCCIÓN

A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.[2]

OBJETIVO

Al finalizar el tema las parejas deberán identificar:

1) El sentido salvífico del sufrimiento.

2) El sufrimiento como purificación hacia la santidad.

DESARROLLO

a) De acuerdo a las sesiones los objetivos se alcanzarán, como sigue:

Sesión 3 objetivo 1

Sesión 4 objetivo 2

b) Las citas bíblicas para cada sesión son:

Sesión 3 Mc. 8, 27-38; Jn. 15, 13; He. 14, 22; He. 2, 18;

1Co. 12, 27-26; Jn. 15, 18, 20; Jer. 2, 19.

Sesión 4 Lc 2, 7; Mt. 2, 13-15; Lc. 2, 5; Jn. 3, 23; Mc. 6, 1-6;

Mt. 9, 35-38; Mt. 11, 28; Mc. 14, 50; Lc. 22, 3-6; Lc. 22, 54-62; Jn. 19, 1-3; Is. 53, 5; Mc. 15, 34; Lc. 24, 46.

 


[1] Catecismo de la Iglesia Católica 272

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, numero 270.

 

ORACIÓN INICIAL. 

NO ME MEUEVE MI DIOS

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Amén.




4.3.1. ILUMINACIÓN.

Por amor a nosotros Jesús asumió la condición del servidor sufriente. Dios envió a su hijo único a éste mundo para darnos la vida por medio de Él. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó primero, y envió al su hijo como víctima por nuestros pecados. Seguir a cristo no es fácil, porque nos llamó a luchar contra todo lo que se opone al reino de Dios. Y éste combate contra el pecado, el mal, la injusticia, el odio, la mentira, la muerte, fue lo que llevo a Jesús a morir crucificado.

Siendo Cristo hijo de Dios, y en su condición divina, se hizo semejante a nosotros y dio su vida para salvarnos de nuestros pecados que nos mantienen atados a la muerte. Siendo el primero en mostrarnos que el camino a la salvación, se realiza a través de los  mandamientos y sacrificios. (Jn. 15, 13).

De ésta manera Cristo nos muestra la grandeza de su amor por nosotros. Con éstas palabras él mismo nos enseña cuál es el camino a seguir para llegar a la salvación. (He. 14, 22). Porque al igual que el hijo del hombre tuvo que pasar por diferentes pruebas, por nuestra causa. Nosotros debemos caminar a través de un sendero lleno de obstáculos, para ponernos a prueba y demostrar que somos fieles a cristo. (He. 2, 18).

Ya que habiendo pasado Cristo por las pruebas ya conocidas nos podemos hacer semejantes a Él (1Co. 12, 27-26). Ahora bien, vamos viendo que todo sufrimiento tiene su recompensa, sigamos pues las huellas de nuestro Señor. Recordando siempre lo que Cristo mismo dijo a sus discípulos (Jn. 15, 18, 20). Comprendiendo de ésta manera que no debemos sentirnos defraudados y si en algún momento de nuestra vida encontramos situaciones que nos impulsan a pecar, recordando que: (Jer. 2, 19).



Él quiso compartir los sufrimientos de los pobres desde su nacimiento.

· Nace en un pesebre, porque no hubo sitio para ellos. (Lc 2, 7)


· Ha sufrido la persecución y el exilio. (Mt. 2, 13-15)


· Pasa treinta años en Nazaret, compartiendo la vida ordinaria del trabajo de los pobres. (Lc. 2, 5; Jn. 3, 23)


· Será despreciado por su origen humilde. (Mc. 6, 1-6)


· Jesús sufre al ver a su pueblo como ovejas sin pastor. (Mt. 9, 35-38)


· Jesús padeció con los pobres, los pobres, los pecadores, hasta ser despreciado como ellos. Él hizo suyas nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. (Mt. 11, 28)


· Jesús sufrió el rechazo de su s discípulos. (Mc. 14, 50)


· En el momento de su pasión, la traición de Judas. (Lc. 22, 3-6)


· La negación de Pedro. (Lc. 22, 54-62)


· Injustificadamente es condenado a morir en la cruz, es torturado y se burlan de Él. (Jn. 19, 1-3)


· El que nunca cometió pecado, carga con el pecado del mundo. (Is. 53, 5)


· Ahí en la cruz experimentó el dolor más grande, al sentirse abandonado por Dios, por su Padre. (Mc. 15, 34)


· Pero acepta este dolor y se abandona en las manos del Padre. (Lc. 24, 46).

 








4.3.2. CONCLUSIÓN.

Dios puede hacer milagros, aunque no pongamos los medios. Pero, de ordinario quiere que nosotros pongamos nuestra parte, nuestro uno por ciento. Él pondrá el noventa y nueve por ciento. Por tanto, la santidad es obra de Dios con nuestra ayuda y colaboración.

Señalaremos algunos medios que cada uno debe de aplicar.

1. La oración

Es la elevación de nuestra alma a Dios, para alabarle y pedirle gracias para ser mejores para su mayor gloria. Esta elevación se llama coloquio.

Hay dos tipos de oración: Mental o meditación y Vocal

a) Mental o meditación: conversación interior con Dios. En esta oración hay que llevar todo lo que somos y tenemos (alegrías, tristezas, proyectos, penas), llevar mi mente, mi corazón y mi voluntad. Lo que hay que hacer es: ponerse en presencia de Dios y preguntarle qué quiere de nosotros. Después, abrimos los santos evangelios y leemos detenidamente un párrafo haciéndonos estas preguntas: ¿Qué dice Jesús aquí?; ¿Qué me dice a mí en particular? ¿Qué le respondo hoy yo a Cristo? Termino con un propósito, con una resolución concreta para ese día. La oración mental o meditación debe siempre terminar con cambios profundos en nuestra vida, con la conversión de tal o cual aspecto de mi vida que no está de acuerdo con la ley de Dios.

b) Vocal: se expresa por medio de palabras o gestos. Empleamos nuestra voz, boca y labios para cantar las alabanzas de Dios. Se ayuda uno con devocionarios, oraciones escritas.

Son hermosos los frutos que obtenemos con la oración: nos vamos desapegando de las criaturas y de las cosas de aquí abajo, nos vamos uniendo cada vez más con Dios, tratando de hacer del día y del trabajo una oración constante, por medio del ofrecimiento a Dios de cuanto hacemos; nos vamos transformando poco a poco en Él.

2. Los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía

Buscamos la santidad en nuestra vida. Sin sacramentos sería imposible. En la Eucaristía Cristo nos une a Cristo, nos alimenta, nos quita los pecados veniales, forma el carácter. En la Confesión Dios nos limpia, nos renueva, nos libra del pecado, nos reviste de su fuerza y nos ilumina.

3. El sacrificio

Es verdad que la vida espiritual no debe consistir en quitar defectos, en autocastigarse, sino en desarrollar el verdadero amor a Dios y al prójimo. Pero esta visión positiva de la vida espiritual no significa que no haya que sacrificarse. El camino del amor es exigente, sobre todo porque se opone directamente al camino de nuestro egoísmo. La identificación con Dios coincide con el abandono del apego a nosotros mismos, de nuestro egoísmo. Es natural entonces que haya que sacrificarse. Sacrificar el juicio severo, la pasión de la venganza o del orgullo herido, la pereza cómoda. El sacrificio tiene sus ventajas: es medicina para mis tendencias desordenadas; es reparación de mis pecados; es medio maravilloso para colaborar con Cristo en la obra de la redención.

4. El apostolado

El apostolado es ser apóstol, predicar el evangelio y confirmarlo con el testimonio de la caridad. El apostolado debe ser concreto y lleve resultados concretos. Tiene que ser una aportación exigente que ayude a una necesidad de la Iglesia.

El apostolado enseña a desprendernos de nosotros mismos, a tener que superarnos, hacer un lado nuestros intereses, a hacer a un lado nuestros puntos de vista y manera de ser, a limar nuestros defectos, para encontrarnos realmente con los demás. La actividad apostólica acelera los progresos en la vida cristiana.

5. La dirección espiritual

Es un diálogo formal y periódico con un sacerdote o con una persona de confianza, avanzada en la vida espíritu y designada para esta tarea, con el fin de buscar y descubrir la voluntad de Dios para la propia vida.

6. Participación en una comunidad eclesial

Nuestra vida espiritual y el camino hacia la santidad nos lleva a ser cada vez más parte activa de la Iglesia, a vivir en comunión con nuestros hermanos y a ser testigos comprometidos de Cristo. La santidad no nos aleja de los demás, sino, por el contrario, nos impulsa a comunicarnos con ellos, a abrirnos y a luchar juntos.

Esto nos lleva a formar parte de movimientos, asociaciones o grupos parroquiales. Hay que buscar un grupo eclesial donde reine el amor a Jesucristo, el aprecio por la vida sacramental y litúrgica, el espíritu de oración, una metodología claramente inspirada en el evangelio y en la sana tradición de la Iglesia y al Papa, un programa concreto de trabajo apostólico. [3]

 

ORACIÓN FINAL

NO ME MEUEVE MI DIOS

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Amén.

 


[3] http://es.catholic.net/op/articulos/13583/captulo-cuarto-la-lucha-por-la-santidad.html#modal