“Después de haber hablado del papel de la Virgen María en el Misterio de Cristo y del Espíritu, conviene considerar ahora su lugar en el Misterio de la Iglesia. «Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor, más aún, "es verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza… "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte". Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:

«La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había engendrado".[1]

INTRODUCCIÓN

Ella es la esclava del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios.[2]

OBJETIVO

Al finalizar el tema las parejas podrán comprender:

1) El maravilloso amor de María hacia su hijo Jesús, y a toda la Iglesia.

2) La trascendencia del amor de María en el plan de Dios.

3) Como defender a María ante los hermanos separados.

DESARROLLO

a) De acuerdo a las sesiones los objetivos se alcanzarán, como sigue:

Sesión 7 objetivos del 1 al 3

b) Las citas bíblicas para cada sesión son:

Sesión 7 Jn. 2, 1-11; Lc. 1, 37-38; Lc. 1, 28-31; Lc. 1, 39-42; Mt. 12, 46-50; Jn. 19, 25-27; He. 1,14; Mt. 12, 46-47; Mc. 6, 2-3; He. 1, 13-16; Mc. 15 , 40-41; Jn.19, 25-27.

 


[1] Catecismo de la Iglesia Católica 964

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, numero 286.

 


ORACIÓN INICIAL

MARIA, PUREZA EN VUELO

María, pureza en vuelo,

Virgen de vírgenes, danos

la gracia de ser humanos

sin olvidarnos del cielo.

Enséñanos a vivir;

ayúdenos tu oración;

danos en la tentación

la gracia de resistir.

Honor a la Trinidad

por esta limpia victoria.

Y gloria por esta gloria

que alegra la cristiandad.

Amén.





 

4.6.1. ILUMINACIÓN.

Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad y la obediencia en grado elevadísimo (Lc. 1, 37-38). Fueron, ciertamente, unos de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado (Lc. 1, 28-31).

Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás (Lc. 1, 39-42).

Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal, sino cumplir la palabra de Dios (Mt. 12, 46-50). En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.

Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.

El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible, al acompañar a su Hijo hasta la cruz (Jn. 19, 25-27). Acompañando a los apóstoles hasta el nacimiento de la Iglesia (He. 1,14).

Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento.

Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.

¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas.

Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado.

Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!

María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.

4.6.2. CONCLUSIÓN

Los católicos veneramos, no adoramos, de manera especial a la Virgen María, madre de Jesucristo, nuestro redentor. Los protestantes al contrario, no saben cómo rebajarla de la altura en la cual la colocó Dios, al hacerla madre de su Hijo.

Los protestantes, desconociendo estos textos, sacan a colación estas citas: Mt. 12 46-47; Mc. 6, 2-3.

Con estos textos en la mano, los protestantes dicen que María no es Virgen, porque tuvo otros hijos. No podemos afirmar esto, porque los textos no hablan para nada de hijos de María, sino de hermanos de Jesús, que no es lo mismo. Lo que se hace necesario aquí es ver el tipo de hermanos de Jesús: Santiago, José, Simón y Judas.

Por ejemplo: en (He. 1, 13-16) se habla de hermanos de Jesús y se dice que eran unos ciento veinte. ¿porqué no dicen los protestantes que éstos ciento veinte eran hijos de María?

Además de ésta explicación en los evangelios encontramos claramente que María, la madre de Jesús, no es la madre de éstos hermanos, sino otra María, Mateo hablando de las mujeres que estaban en el Calvario dice: (Mc. 15 , 40-41).

Y si acaso quedara todavía duda, tenemos otro texto muy significativo, antes de morir, (Jn.19, 25-27).

Resulta evidente aquí, que María no tiene esposo (S. José se había muerto), ni hijos que la puedan acoger; para los judíos es signo de maldición que una mujer quede sola.

ORACIÓN FINAL

SALVE, DEL MAR ESTRELLA

Salve, del mar Estrella,

salve, Madre sagrada

de Dios y siempre virgen,

puerta del cielo santa.

Tomando de Gabriel

el «Ave», Virgen alma,

mudando el nombre de Eva,

paces divinas trata.

La vista restituye,

las cadenas desata,

todos los males quita,

todos los bienes causa.

Muéstrate madre, y llegue

por ti nuestra esperanza

a quien, por darnos vida,

nació de tus entrañas.

Entre todas piadosa,

Virgen, en nuestras almas,

libres de culpa, infunde

virtud humilde y casta.

Vida nos presta pura,

camino firme allana,

que quien a Jesús llega

eterno gozo alcanza.

Al Padre, al Hijo, al Santo

Espíritu alabanzas;

una a los tres le demos,

y siempre eternas gracias.

Amén

 

 

Nota: Se recomienda la lectura del libro: "El silencio de María” del Padre Ignacio Larrañaga. Ediciones Paulinas.

 

 


[1] Catecismo de la Iglesia Católica 964

[2] EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A LOS FIELES LAICOS, numero 286.